El segundo libro de poemas, de Bence Castilla, continúa de algún modo con una poesía seca, sin adornos, que, a diferencia de Babel, se funde en sus propias reminiscencias y se atreve a jugar, también, con el final: su propia muerte, que, contradictoriamente, no desgarra, ni cae en grandilocuencia alguna, sólo es nombrada sin miedo, como un simple desenlace.
La autora dice en uno de sus versos: es ella/ ese no soy/ ésa que permanece en el crepúsculo/ contra esa sombra descorrida/ donde nadie sabe donde esta el comienzo/ y el final/ es pura incertidumbre.
Maldecir, de algún modo, refuerza la importancia que la autora le da a las palabras, dividiendo a esta obra en dos partes: “Decir” y “Desdecir”, que provocan una permanente discordia.
Después de todo, la literatura es una incesante paradoja.
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